domingo, 26 de abril de 2009

domingo, 26 de abril de 2009

viernes, 24 de abril de 2009

El Crack y sus razones

viernes, 24 de abril de 2009
La novela profunda. La definición, tomada del ensayo del estadounidense John S. Brushwood, sirve a los miembros del movimiento para defender que el lector debe esforzarse en entender lo que la novela cuenta. Es lo que ellos persiguen al brindarnos sus obras. Eso sí, el esfuerzo debe merecer la pena, y hay que buscar la participación del lector. Es lo que hicieron Rulfo, Yánez, Fuentes; son las características de "Los días terrenales", "Farabeuf" o "La muerte de Artemio Cruz", por citar sólo algunas de las obras que se mencionan en el manifiesto. Hay que cuidar al lector inteligente, y romper la tendencia del mercado editorial a encumbrar "la literatura de papilla-embauca-ingenuos, la novela cínicamente superficial y deshonesta". "A la novela del Crack, pues, le queda renovar el idioma dentro de sí mismo, esto es, alimentándolo de sus cenizas más antiguas", reza el manifiesto. Otra de las constantes de la obra del Crack es el mimo del lenguaje, cómo explotar las posibilidades de un español sonoro cómo sólo puede serlo en México. "Si hay en ellas [las novelas del Crack] un común denominador, creo que es el riesgo estético, el riesgo formal, el riesgo que implica siempre el deseo de renovar un género (en este caso el de la novela) y el reto que significa continuar con lo más profundo y arduo que tenemos, eliminando sin preámbulos lo superficial, lo deshonesto". Y todo ello ha servido, además de para brindar algunas de las páginas más frescas de la literatura en español de los últimos años, agitar la anquilosada escena cultural mexicana.

Los Crackeros
Jorge Volpi (Ciudad de México, 1968), es autor de las novelas A pesar del oscuro silencio (1992), Días de ira (1994), La paz de los sepulcros (1995), El temperamento melancólico
(1996), Sanar tu piel amarga (1997), y del ensayo La imaginación y el poder. Una historia intelectual de 1968 (998). Con En busca de Klingsor obtuvo el premio Biblioteca Breve en 1999.
Vicente Herrasti (Ciudad de México, 1967). Es narrador, traductor y ensayista. Becario del British Council y traductor residente de la Universidad de Glasgow, ha publicado Taxidermia (1995) y Diorama (1999).
Pedro Ángel Palou (Puebla, México, 1966). Es doctor en Ciencias Sociales. Ha publicado los libros de cuentos Música de adiós, Amores enormes, Los placeres del dolor y las novelas Como quien se desangra, En la alcoba de un mundo, Memoria de los días, Bolero. Su último libro publicado es Paraíso clausurado (Muchnick Editores, 2000).
Eloy Urroz (Nueva York, EE.UU., 1966) Ejerce la docencia en la Universidad James Madison de Virginia. Sus novelas publicadas son Las leyes que el amor elige, Las rémoras y Herir tu fiera carne.
Ricardo Chávez Castañeda (Ciudad de México, 1961). Tiene siete libros publicados, entre novelas y volúmenes de cuentos: Las montañas azules (1998), El día del hurón (1997), Para una evolución de la víctima negra en el cine (1994), Miedo, el mundo de a lado (1994), El secreto de Gorco (1994), La guerra enana del jardín (1993), y Los Ensebados (1993).
Ignacio Padilla (Ciudad de México, 1968). Doctorado de la Universidad de Salamanca, actualmente ejerce la docencia en la Universidad de Las Américas de Puebla. Ha publicado Subterráneos (1990), Imposibilidad de los cuervos (1994), La catedral de los abogados (1995), Si volviesen sus majestades (1996), Últimos trenes (1996) y Amphitryon (2000).

Finalmente sucedió

La Ciudad de México sucumbió ante la epidemia de influenza, hasta hace unas horas todo parecía estar controlado, pero después de esa afirmación sucede lo contrario, y para muestra basta un botón: no habrá clases en ninguna escuela, desde el jardín de niños hasta la universidad (¡qué conveniente para todos los estudiantes que presentarían la prueba enlace!), seguramente el próximo lunes todo seguirá como siempre. Esto ya tiene tintes apocalípticos: granizadas en Veracruz, clima desértico, ventarrones que tiran árboles y ahora esto; sin embargo en una ciudad tan sobrepoblada como México tenía que suceder. En fin, seguramente esto quedará en los anales de la memoria de todos los defeños, como ha sucedido hasta con los terremotos e inundaciones, y después del miedo y de la paronia que siempre sucede ante cualquier calamidad, nos estaremos riendo de todo esto y hablando de los días de cuando la Ciudad de México sucumbió ante la influenza como si todo hubiera sucedido en otro país o en otro planeta.

viernes, 17 de abril de 2009

Para cuentos y cuentitos... Guillermo Samperio

viernes, 17 de abril de 2009
SENCILLA MUJER DE MEDIODÍA

Esta sencilla mujer de mediodía, además de largos pasadores naranja en su cabello, tiene el extraño nombre de Violeta. Se puede encontrar a Violeta entre paredes caseras, saliendo de alguna puerta color tabaco, detrás de sus ojos azules y un vestido amarillo suelto, con ese vuelo discreto que le ofrecerá al inocente viento de abril. Pero su ámbito originario son las calles arboladas bajo un sol oriente que calienta y hace oblicuas las sombras de la mañana. Y Violeta transita hacia la lejana frescura de telas blancas, cruzando su paso con los sinceros lilas y morados de la bugambilia y las hirsutas cabelleras en flor de la jacaranda. Se dice Violeta, eucalipto, azalea y trueno y es hablar de un mismo espacio que lanza al cielo silenciosas voces de tonalidades diversas, sencillas y jocosas. Violeta entra naturalmente en sus pasos, su cuerpo se mueve como el imperceptible crecimiento de las plantas de sombra que un día nos sorprenden con su presencia de fuego, ni mustio ni pretencioso. La misma luminosidad azarosa surge en las mejillas de Violeta; en ella está también el principio que explica las flamas que se posan en las grandes ramas cuando el viento se ha ido. El pelo ámbar a la altura de la barbilla y recogido apenas a los lados se balancea con la misma modulada cadencia del vuelo de su vestido. Forman una simetría contrapendular, ordenada por el ir pausado de Violeta y el asimétrico vaivén de sus brazos, cuyos ambarinos vellos a veces brillan en la temperatura cálida que baja a la tierra y se levanta de las banquetas. La mujer camina hacia la exactitud porque sus largas piernas avanzan por un camino de certezas, apenas demorándose para que ella mire una enredadera esponja, o para dar paso a los automóviles que cruzan su viaje solitario por la avenida arbolada. Reinicia su andar entonces apoyándose segura en los zapatos color dorado mate, de punta redondeada y tacón a media altura, felices y discretos. Ellos sugieren las relaciones de la mujer con el sol, ese noble pariente que la acompañará a lo largo de la primavera y el verano, ofreciéndole sugerentes consejos de luz y sombra, de tibiezas y ardores, de flores sutiles e insectos galantes. Espíritu del sol calzando sus pies, puntas de llamas en el vestido y el cabello, detalles de fuego rojo en sus labios, amplia habitación del sol en su mirada, Violeta mueve las líneas de sus pantorrillas, libres bajo la tela volante que termina donde principian los muslos. Su piel ha ido cobrando la tonalidad ligeramente sepia de algunos crepúsculos de mayo que maduran hacia los amaneceres siena de junio y julio. Mientras tanto, la mujer va cubierta con ese sepia musitado, camino a la blancura y la tibieza. Elige una calle empedrada e introduce la lumbre de su cuerpo y su vestir entre una vegetación un poco más apretada, entre edificaciones antiguas que han guardado en sus piedras el paso de centenares de abriles, y sus altos muros han permitido que las trepadoras depositen lo verde y broten de ellas minúsculos peces blancos, azules, colorados. Se podría afirmar sin duda que la mujer se ha desprendido de ese ambiente y ha vivido siempre bajo esos eucaliptos y colorines que nunca alcanzarán los brazos extendidos del sol. Por este vericueto estrecho de antaño los olores entran en desnuda plática, revuelan lentos y se meten al cabello de Violeta, se estrechan a su rostro y se introducen bajo el escote oval; las palabras aromáticas le platican historias de mujeres tan hermosas como ella que han transitado la misma leyenda. Violeta, sin proponérselo, responde con el lenguaje del aroma de su cuerpo y devuelve frases táctiles que se mezcaln con los olores eternos de ese mediodía. En el momento en que la mujer da vuelta en un callejón todavía más apretado, su ausencia resulta evidente en el camino que abandonó. Pero la nueva calleja se abrillanta y ahora es difícil distinguir entre la luz de la vegetación y la de Violeta, pues se reconocen, comprenden y confunden. Mencionar lumbre, abril, pirul, sitio del sol es decir que Violeta avanza sobre los bordes del ardor permitiendo que la noble humedad de los muros roce sus labios apenas gruesos. Esa caricia desciende a sus hombros que van al aire y de allí a los brazos y a sus senos frutales, a la cintura y a la cadera, hasta detenerse sobre sus piernas. Violeta lo agradece porque la humedad representa el mensaje mustio de la penumbra consentida, de los giros primeros de la ternura, de esa otra vegetación donde también existe una plática de aromas, colores, formas. La mujer cambia el ritmo y se pone ágil, semejante a gloria que echa a volar sus menudas flores. Así son sus movimientos, decididos, irreversibles, semejantes al cambio de invierno en primavera. Y Violeta lo comprende en el palpitar de sus flexibles músculos, como se entienden enre sí la música y una mujer que duerme, el ciervo y la encina, el carbón encendido y el incienso. Llega al fondo de la calleja y se detiene ante una puerta pequeña de cedro; toca ligero, la puerta después se abre de manera automática y Violeta entra cerrando tras de sí. En una débil sombra, aparece una escalera de color tabaco rubio, sube con plenitud produciendo percusivos ecos que la acompañan. Llega a una estancia donde hay muebles bajos de pino, objetos de límpido cristal, espigas de trigo multicolores explotando en lugares discretos, cojines de floreadas telas hindúes, viejas figurillas de bronce y latón, ceniceros de vidrio azul; todo ello sobre una alfombra blanca con manchones canela semejante a la pelambre de las cabras. La pieza es apacible y la mujer levanta los brazos, gira lentamente sobre sí misma danzando para el silencio y se detiene poniendo sus brazos sobre los muslos. Se despoja los zapatos, sus pies reciben la caricia de la alfombra; da vuelta alrededor de la mesita de centro gozando las pisadas. Ahora se encuentra detenida frente a una puerta entornada que da a otra habitación, se acerca y percibe una penumbra más densa, cadenciosamente la penetra. Ante la frescura de un lecho verde limón, el cuerpo y el vestir de Violeta son el fuego: los pasadores, su cabellera, el rostro, sus hombros, los vellos de sus brazos, el vestido, sus piernas, los pies descalzos. La sencilla mujer de mediodía se decide y deja totalmente libre su pelo y lo agita con lentitud produciendo brillos en la sombra. Se aproxima a la cama, lleva sus manos al lienzo, lo acaricia largamente: luego lo retira dejando descubiertas las sábanas. Mientras Violeta se despoja las llamas que la cubren y un fuego mayor ilumina la recámara, Abril entra a la pieza desnudo. Se tienden sobre las telas blancas, en la exactitud de la penumbra consentida, entre las complicidades del silencio, y empieza otra plástica de aromas, colores, formas, juegos de luz y sombra, flores sutiles e insectos galantes, donde sobrevendrán nuevas humedades

jueves, 16 de abril de 2009

Onetti

jueves, 16 de abril de 2009
La escopeta
Juan Carlos Onetti
No era noche cerrada cuando estiré el brazo para encender la lámpara sobre la mesa. Era necesario que terminara de escribir mi artículo antes del alba y correr para echarlo al buzón y esperar acurrucado que volviera el cartero entre la bruma que el amanecer iba castigando con látigo del color exacto de la sangre fresca y brillante. Volvía muy gordo y tranquilo trayéndome el cheque mensual y era necesario apurarse y no fue más que encender la luz y oír el ruido de alguien tratando de forzar la cerradura y alrededor de mí la soledad de la aldea desierta, inmovilizada por la luna vertical justo en el centro geométrico del mundo tan inmenso con tantos millones de camas donde balbuceaban sus sueños personas diversas y dormidas, cada una con un hilo de baba rozando las mejillas y estirándose con dibujos raros en la blancura de las almohadas. Hasta que salté y me puse a un costado de la puerta preguntando muchas veces con un ritmo invariable quién es, qué quiere, qué busca. Y un silencio y el forcejeo rodeó la casita y continuó trabajando en una de las ventanas no recuerdo cual, impulsándome en dos movimientos sucesivos, casi sin pausa, a matar con la palma de la mano la luz de la mesa y abrir el armario para sacar la escopeta y luego caminando de una ventana a otra y de una ventana a la puerta, según variaban los ruidos del ladrón, siempre preguntando hasta la ronquera qué busca, haciendo girar la escopeta, oliendo crecer desde el pecho y las axilas el olor tenebroso del miedo y la fatalidad.Después de una pausa y un pequeño ruido de papeles, el hombre de la baba blanca habló detrás de mi nuca. Su voz era átona:-Este sí que es fácil. Un sueño elemental. Hasta un niño podría interpretarlo. Yo soy el ladrón que busca saber, entrar en su ego. ¿Por qué tanto miedo?

martes, 7 de abril de 2009

Monstruos vs Aliens

martes, 7 de abril de 2009
A pesar de las voces del doblaje en español, esta nueva creación de Pixar es genial, desde los dibujos hasta el argumento cuyo mensaje principal es la aceptación uno mismo como es (y que sin importar el físico cada quien tiene sus virtudes), la tolerancia y el respeto hacia los demás.
Tuve chance de verla en el Cinepolis de Parque Lindavista en 3d, vale la pena verla así, lo malo fue el costo del boleto: $74, además hay que regresar los lentes para tercera dimensión, pero claro, era de esperarse en estas cadenas cinematográficas agringadas.